Desde el otro lado

A los ojos de los demás somos aventureras y atrevidas. Vivimos en una casa amarilla rodeada de nieve (si pisas mal te llega hasta las rodillas). Estamos a menos de 2 minutos del trabajo; el magnífico hostel de Haugastøl, que hasta hace unos meses a penas conocía. La gente viene aquí a practicar snowkite en invierno, y para hacer la ruta de Rallarvegen en verano. Anna y yo estamos en medio de un privilegio de la naturaleza y aún así, últimamente, solo pensamos en volver a nuestra casa.  Nuestro día de fiesta consiste en hacer la colada y estar pendientes del reloj para no perder el autobús que va hacía al pueblo más cercano (30 minutos con suerte) y poder ir al supermercado. Si tienes ganas de pasear o de ver a alguien más, no tienes más opción que el esquí de fondo o el skype. Resulta gracioso como la ilusión de hacer un mocca en la cafetería del pueblo nos llena de alegría.

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Estamos sobre cualificadas para este trabajo, pero resulta que allí donde nacimos no tenemos futuro. En nuestro país hay un Estado que no se preocupa por las generaciones futuras y que, quienes mandan insisten en mirar hacia otros lados. No les importa que jóvenes con estudios superiores se encuentren perdidos haciendo camas a más de 3000 km de sus hogares.

Ahora mismo mucha gente conoce a alguien que directa o indirectamente tiene a alguien cercano siendo un «joven aventurero» o «aprendiendo inglés» en el extranjero. Y ellos se sienten muy orgullosos de que sus amigos, sobrinos o primos estén conociendo ese mundo que existe más allá de su ciudad.

Quizás la culpa es nuestra, por mostrar en las redes sociales los sitios donde estamos, las cosas que estamos aprendiendo  y no decir lo que en realidad pasa por nuestras cabezas un montón de veces: quiero ver a mi pareja, a mis padres, a mis amigos. Y sobretodo, quiero tocarles. La soledad hace mella en nosotras cada vez que nuestros turnos no coinciden porque no tenemos más compañía la una con la otra.

Y es desde este otro lado donde a veces solo siento rabia y angustia por la situación que nos ha tocado vivir. Por la impotencia de ver que hay jóvenes que tienen suerte y grandes, pero que muy grandes contactos, ex compañeros que están consiguiendo que su carrera se esté definiendo poco a poco, mientras que tú estás limpiando lavabos a tiempo completo. Por ver a esos políticos haciendo promesas vacías y debates donde siempre se grita lo mismo y se dice poco. Rabia y angustia por ver a imputados por corrupción que no pisan la cárcel. Por que para nuestro gobierno, ser mujer significa no ser libre.  Por ver vídeos de sindicatos de estudiantes hablar usando la expresión «trabajar de sol a sol» cuando estoy segura que no saben ni lo que es trabajar a media jornada: ¡que vengan aquí y lo sabrán! Y también sabrán que es tener las manos tan secas que no puedes ni cerrarlas, las uñas destrozadas y agrietadas, por no hablar de la espalda. Siento tanta angustia y rabia que no me apetece saber que esta pasando en mi casa. No quiero escuchar a nadie haciendo promesas: ni políticos, ni líderes de opinión, ni periodistas, ni manifestantes… Nadie de ellos sabe que se siente al estar en una situación parecida. Soy cual niña tapándose la cara: ojos que no ven corazón que no siente. Y así poder continuar pensando que en casa aún me espera un futuro. Desde este otro lado nosotras somos las inmigrantes que vienen a buscar un futuro mejor soñando con regresar. Por suerte (o no) sabemos la fecha.

Acerca de Mapaparicio

Opinando sobre un mundo que nunca cambia. Observo y pregunto demasiado. Hace años estudié periodismo y cooperación internacional. Fui de las que se decepcionaron con el cuarto poder y vivieron (viven) su crisis, también a modo personal. Poco a poco voy recobrando la fe en el sector, pero no en el mundo. Reflexiones de la vida en general.
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